En una sociedad cada vez más se nos exige mantener un físico ideal, juvenil, delgado con cánones imposibles y modelos inalcanzables, puede que la mejor inversión sea un valor que siempre va a resultar al alza, nuestra salud mental, lo que supone, entre muchas cosas ser conscientes de nuestro dialogo interior, ¿has pensado alguna vez cómo te hablas a ti misma respecto a tu cuerpo, tu aspecto, tu peso…? Aquello que decidas decirte a ti misma “no es gratis”, lo utilizo mucho cuando hablo con mis pacientes, nuestros pensamientos van a influir de forma significativa en nuestra forma de sentirnos, y en gran medida cuando nos sentimos mal no somos conscientes de muchos esquemas que de forma inconsciente están funcionando automáticamente y que crean nuestro autoconcepto.
Os proponemos un análisis de doce de los más frecuentes para poder aplicar a vuestra vida cotidiana:
• La bella o la bestia: error tipo dicotómico; es un pensamiento de todo o nada “o soy atractiva o soy fea” “o peso lo que quiero o soy gorda”
• El ideal irreal: se refiere al uso del ideal social como un estándar de apariencia aceptable. Los sentimientos de fealdad aparecen al compararse con los ideales que la cultura y la sociedad imponen en este momento. Desde las revistas y la televisión se bombardea con imágenes en las que se destaca el peso, la altura, la figura, estructura corporal, musculatura, tonalidad de la piel, color del pelo, textura, etc.
• La comparación injusta: Cuando nos comparamos lo hacemos en ocasiones con modelos imposibles, y en otras fijándonos solamente en aquellos aspectos que pensamos que son deficitarios o imperfectos en nosotros mismos. Usualmente la comparación está llena de prejuicios y nos comparamos sólo con aquellas personas que tienen las características que le gustaría tener.
• La lupa: error de atención selectiva; se refiere a que se observa únicamente y de manera muy detallada sólo las partes que se consideran más negativas de la propia apariencia. “Mis caderas son tan horriblemente anchas que destruyen todo mi aspecto”.
• La mente ciega: es la otra cara de la moneda del pensamiento anterior. Es aquel pensamiento que minimiza o descuida cualquier otra parte del cuerpo que pueda considerarse mínimamente atractiva. Como nos sentimos bien con ellas no pensamos en ellas.
• La fealdad radiante: generalización; consiste en empezar a criticar una parte de la apariencia y continuar con otra y con otra hasta conseguir hacer una gran bola de nieve en la que uno ha conseguido destruir cualquier aspecto de su figura. Una persona por ejemplo que busca otras evidencias de vejez además de algunas arrugas.
• El juego de la culpa: hace posible que la apariencia sea la culpable de cualquier fallo, insatisfacción o desengaño aunque en principio no esté relacionado en absoluto con ella.
• La mente que lee mal o la mala interpretación de la mente: es la distorsión que hace posible “leer” o interpretar la conducta de los demás en función de algún fallo en el aspecto corporal. “La gente no es simpática conmigo por mi peso” o “no tengo novio porque soy gorda”. “Soy perfectamente capaz de saber lo que piensan de mí los demás naturalmente sin preguntárselo”.
• La desgracia reveladora o prediciendo desgracias: es la predicción calamitosa de desgracias futuras que sucederán por culpa de la apariencia: “Nunca me amarán debido a mi apariencia” o “siempre fracasaré porque no tengo una apariencia suficientemente bonita.
• La belleza limitadora: es similar al anterior. Consiste en poner condiciones a las cosas a realizar que en realidad las hacen imposibles: “No pienso ir al gimnasio a perder peso hasta que no pierda peso” o “no puedo ir a esa fiesta a no ser que pierda 10 Kilos”.
• Sentirse fea / o: consiste en convertir un sentimiento personal en una verdad universal. El que una persona se sienta fea no quiere decir que lo sea, ni que los demás lo piensen, ni que en otras ocasiones ella misma no pueda sentirse bien consigo misma.
• Reflejo del malhumor: sería el traspaso del malhumor o preocupación causada por cualquier acontecimiento al propio cuerpo. Un día estresante, un examen difícil, un disgusto con una, amiga pueden ser en realidad la causa del malhumor, pero acaba achacándose a algún aspecto de la apariencia.
No es de extrañar que, si el pensamiento se “entretiene” en divagaciones desde estos parámetros, nuestro estado de ánimo respecto a la apariencia, y nuestra autoestima estén bajo mínimos. Así que la próxima vez que te encuentres castigándote de alguna forma a través de tu propio dialogo interior, saca a relucir tu mente más inteligente y observa como eres capaz de cambiar incluso sin estar en cánones perfectos. Vernos bien, comienza por pensarnos bien.

Patricia Santiago García
Psicóloga General Sanitaria (M-26280)
Experta en Intervención Psicoterapéutica
Experta en Mediación y Orientación familiar
Experta en Terapia de Pareja